AU REVOIR MON CHÉRI …o, Andá a la p#@%...

No quiero morir de amor. Definitivamente, no. Me rehúso. No, no y no. En adelante, me propongo firmemente anular esa capacidad que tenemos las mujeres de resistir al maltrato en honor al falo. Afuera hacen cola para invitarme a salir y yo, caprichosa, en vez de entregarme a los halagos, me quedo en acá para protagonizar un culebrón.

Maldigo los cuentos de hadas que nos hicieron creer que el amor era eterno. Me cansé. Que agarre otra el barrilete, yo no lo remonto más. ¿Qué creía? ¿Que ése, que no es capaz de estirar el brazo para agarrar el control remoto, se iba a esforzar mínimamente para recuperar juntos los que estaba perdido? ¡Uf! Por Dior… Sí, sí. Dior, el mismísimo Christian; porque estoy segura que el desgraciado no tiene nada que ver con el que manda en el reino de los cielos.

Ilusa. Me pregunto por qué la misma palabra que define a un soñador, también define al que es engañado. Debería entregarme a la ciencia como conejillo de indias, para que investiguen en qué par de cromosomas tenemos las mujeres el gen de la ilusión. Ahí nomás que me lo saquen de una, que lo extirpen de raíz. Todas, absolutamente todas, no conozco ni una que no ceda ante una ilusión. Así terminamos… de tanto dar el brazo a torcer acaban por arrancárnoslo.

Manca, deprimida, malcogida y en esos días. ¿Quién me aguanta ahora? Lo único que falta es que, también, me crea la sarta de pelotudeces que me decía ese incapaz, para ocultar su angustiante existencia. ¡Ja! Cartón lleno.

Me voy. Acá no me quedo más. Tengo más en común con la panadera, que con esta máquina expendedora de gases. Chau. Que te garúe finito. Que Dior te proteja, y me bendiga a mí con sus ofertas.

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